Mi muy querido y estimado viejo amigo Ferran:
Comenzare y terminaré mi carta como comienza y termina una canción de Alberto Cotez, “Carta a mi Viejo”.
A mi Viejo amigo Ferran:
En cualquier día, en cualquier lugar, mi querido y Viejo amigo Ferran:
Perdón por lo de viejo, pero es que así te siento mas cerca. Dondequiera que estés, nada me agradaría mas que pudieras leer esta carta, dirigida más que a un amigo y a un colega, a un hermano del alma. Recuerdo claramente el día que llegaste a mi vida, con una buena botella de vino, y un problema muy bonito de matemáticas, el cual resolvimos esa misma noche. Ese fue el principio de una amistad que no quedará truncada hoy, sino que continuará, hasta al menos, el último día de mi vida. En esos días vivía en Ottawa, y ambos éramos todavía, dos jóvenes, entusiastas de la belleza y de las matemáticas. Recuerdo la sensación que sentí de haberte conocido ya por mucho tiempo, y que eras un amigo que regresaba después de una ausencia.
A partir de entonces, pasamos incontables horas disfrutando del vino, de las matemáticas y compartiendo nuestra vida aquí y allá, año tras año, experiencia tras experiencia, viviendo y sin darnos cuenta, envejeciendo poco a poco. Recuerdo como si fuera hoy a tu entonces pequeña hija “Blanquita” quien en más de una ocasión me acompañó, tomada de la mano, a hacer unas compras para completar la comida de algunas de las inolvidables cenas que tuvimos en tu casa, en Barcelona.
Me es difícil aceptar que te nos adelantaste tan prematuramente, y que el último mensaje que me enviaste hace solo unos días, fue el último que recibiría de ti. Gracias por enviarme ese mensaje, que más que nada, era una carta de un amigo a otro, compartiendo los problemas que te aquejaban. Nunca imaginé el desenlace de tu crisis.
Hoy abrí la última botella de vino que con tanto cariño me regalaste, y me la bebí con mi esposa hasta la ultima gota, en tu memoria. El vino lo bebí, y la botella la conservaré como un recuerdo de nuestra amistad y cariño. A tu familia, Tere, Eduard y Blanquita mi más sentido pésame. Los quiero mucho y los llevo en mi corazón… Y bien, la carta ya se termina, pues la noche ha dejado de ser doncella y la llevará volando la golondrina, hasta allí donde vives, con las estrellas.